Main logo

Cuando muere un amigo

La muerte es tan clara y cierta, que quien muere deja siempre una huella indeleble al marcharse

Escrito en OPINIÓN el

Para ti, Genaro

Parecía un lunes cualquiera, de cualquier semana. Todo el día estaba ya planeado, así que me alisté, me preparé un café y me senté frente al escritorio para revisar papeles. A la izquierda tenía aquellos con los que trabajaría por la mañana, y un poco más al frente, aquellos que revisaría por la tarde y que necesitaría para la junta con la que pensaba terminar mi día.

De pronto, una llamada telefónica. De esas llamadas que hacen que el corazón de un vuelco y que te quitan el aliento. ¿Cómo? ¿Qué? Intentas entender  lo que la persona del otro lado del auricular te dice, con voz que intenta contener el llanto; poco a poco empiezas a comprender el mensaje y a sentir un profundo dolor. El amigo que apenas unas horas antes había ido a pescar, a jugar tenis y a comer con el hermano que adoptó temprano en la vida, acaba de morir. La muerte, como tantas otras veces, no llamó a la puerta.

Los recuerdos empiezan a venir a la mente. Se acompañan de imágenes que había ido acumulando durante cuatro décadas. Décadas de tejer historias, de ver nacer a los hijos, de verlos crecer y volar. De estar juntos, en las buenas y no tan buenas; de coincidir y disentir; de reírnos con los mismos cuentos y de brindar por la vida. Hoy las anécdotas cobran un valor diferente.

(Foto: Unsplash)

La pandemia, en otra paradoja de la vida, nos había acercado aun más; compartimos muchas tardes de domingo, en las que él disfrutaba cocinando, como era costumbre, en su parrilla, mientras todos juntos reflexionábamos, con risas y un poco de tequila, sobre la vida y la muerte; de lo que nos afligía  y lo que anhelábamos para nosotros y nuestras familias.  Él se sentía feliz y pleno. Amaba profundamente a su familia, era un apasionado de su profesión, y disfrutaba todo cuanto realizaba en su día a día, incluyendo el tiempo que pasaba al lado de su perro, el fiel Worky.  

Su equipaje iba siempre ligero. Era natural  y espontáneo;  mostraba su bonhomía y sencillez con todos con quienes se cruzaba. Quizá una de sus más grandes virtudes era nunca hablar mal de alguien. Buscaba y encontraba, generalmente, el lado positivo de las personas, y cuando de plano no tenía algo bueno que decir, callaba.

La muerte siempre nos golpea, aun cuando la tenemos por segura, pero cuando no tiene la prudencia de avisar, el golpe inicial suele ser más fuerte. Intentamos reconstruir los hechos; nos repetimos mil veces que es verdad, que no es un sueño. Como me lo dijo su hija unas horas más tarde: ¿Qué pasó? Se fue así, de la nada. Acomodamos de nuevo nuestros pensamientos y recordamos que nuestra naturaleza es frágil. Y, sin embargo y a pesar de todo, también es verdad que esa, la tan temida muerte, no es capaz de arrebatar el amor compartido, los recuerdos y las imágenes que se quedan por siempre en el corazón y en la memoria. 

(Foto: Unsplash)

Hoy me duele el dolor de sus hijos, el de su esposa, mi querida prima hermana, más hermana que prima, y el de sus amigos. Cada uno de ellos habrá de vivir el duelo a su manera, de acuerdo a su propia personalidad y a un ritmo único. El dolor de la ausencia seguramente se irá haciendo más tolerable en el tiempo y el legado que Genaro les dejó los acompañará para hacerles menos difícil el camino hacia delante.

La muerte es tan clara y cierta, que quien muere deja siempre una huella indeleble al marcharse. Para todos quienes por fortuna coincidimos con él en esta vida, hoy termina un capítulo de nuestras biografías, pero se abren nuevos, donde otras historias inician. En especial, aquellas que construirán sus hijos y sus nietos y donde él seguirá estando siempre presente, a pesar de su ausencia física.