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Cuando nunca es suficiente lo que se siente, tiene o logra

La percepción que se tiene de uno mismo y del valor propio, eso que llamamos autoestima, es un fenómeno complejo

Escrito en OPINIÓN el

Katia es una profesionista exitosa de 34 años, mujer contemporánea que ha logrado un alto desarrollo de sus metas profesionales y económicas, tal como lo fomentaron sus padres. Acudió a buenas y costosas escuelas, aprendió idiomas, clases vespertinas, hizo intercambios en el extranjero. Al graduarse encontró con relativa rapidez un buen trabajo. Es guapa, viste a la moda, su pasión es ir de compras a tiendas exclusivas, no a cualquier barata.

En la escuela notaba que cuando era de las mejores, se sentía confiada, incluso exhibicionista o arrogante.  Sin embargo cuando sus notas eran no malas sino ordinarias, le costaba mantener un buen concepto de sí misma, sentirse inteligente, dudaba de sus conocimientos. Lo mismo le pasaba con los chicos, su balance dependía de ser la más llamativa, la más gustada, la más buscada y cuando alguien más lo era, a Katia le costaba sentirse atractiva, su ánimo bajaba y se mostraba insegura.   

Cuando tiene pareja se aburre después de un tiempo, al no estar recibiendo miradas de pretendientes y a veces llega a sentirse frustrada y a preguntarse si está con el hombre adecuado o podría conseguir alguien mejor. La insatisfacción y la insuficiencia son dos vivencias con los que lucha constantemente, a veces con relación a los otros y a veces con relación a ella misma.

(Foto: Pexels)

La percepción que se tiene de uno mismo y del valor propio, eso que llamamos autoestima, es un fenómeno complejo. Se construye en los modelos de relación en los que se crece, con las personas con las que cada quien se identifica. Primero la familia, luego la escuela, los amigos, las parejas nos van diciendo quienes somos, qué lugar ocupamos, lo capaces que somos y de ello nos informa también el contexto en el que vivimos. Nuestra pertenencia a diferentes grupos sociales reafirma (o no) un lugar, un valor, aceptación y seguridad. 

En el mejor de los casos las personas aprenden pautas realistas, que exigen y también gratifican, que responden a sus cualidades, defectos, esfuerzos y potencializan lo que cada persona puede llegar a ser y sentir. 

En otros casos se crece con algún tipo de déficit, situaciones precarias del entorno o en los vínculos más cercanos, que limitan el potencial de las personas, generan impotencia e inadecuación. En estos casos no se crece con un sostén básico y la persona se siente devaluada, rechazada o maltratada. Son situaciones que dañan la cohesión interna de las personas y en ocasiones se han vivido a través de generaciones.

(Foto: Pexels)

Finalmente hay otros casos, como el de Katia, donde la insuficiencia y devaluación que se siente no es por un déficit o limitación, sino por una enorme exigencia. Son padres, maestros o entornos que esperan muchísimo de sus hijos. Un esquema insaciable donde siempre hay que dar más, hay que vivir más, mostrar más, rendir más, gastar más, desear más. Donde nunca es suficiente lo que se logra, lo que se siente, lo que se tiene. Un esquema a veces tiránico en donde el rendimiento sobresaliente es la única vía para conseguir mirada, aprobación, cariño, reconocimiento. 

Muchos padecimientos de estrés, ansiedad, depresión, consumo de sustancias, trastornos de alimentación y en la sexualidad están ligados a este último tipo de modelo, un narcisismo frágil.  

La regulación de la autoestima es un proceso difícil cuando no se han dado condiciones realistas que permitan experimentar los frutos del propio esfuerzo, el impacto de una personalidad auténtica, la ponderación adecuada de las metas. Y cuando el entorno social no ofrece las condiciones mínimas de sostén y pertenencia de los individuos.