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En la infancia, no todos los problemas de conducta son déficit de atención

En la etapa de la infancia los padres somos especialmente sensibles a cualquier tipo de alteración en la “normalidad” que puedan tener nuestros hijos

Escrito en OPINIÓN el

En la etapa de la infancia los padres somos especialmente sensibles a cualquier tipo de alteración en la “normalidad” que puedan tener nuestros hijos como es el caso de las enfermedades médicas generales además de tener que recurrir al pediatra por un tema diferente al de las revisiones de peso, talla y carnet de vacunación; esos momentos nos ponen exageradamente nerviosos, más aún al acudir por una solicitud de urgencia, dolor agudo, crisis convulsiva o al requerir una cirugía que definitivamente nos ponen los pelos de punta. 

Para esta ocasión quiero que centren su atención en los logros y metas de un desarrollo psicomotor tradicional tales como detener el tronco y la cabeza, poder sentarse, gatear, caminar o controlar los esfínteres, además de hablar, comprender y poder comunicarnos de una forma efectiva. 

Posteriormente en la etapa escolar debemos aprender a convivir con nuestros pares, a conocer a más personas que nuestro núcleo familiar, atender indicaciones de maestros y orientadores y hasta captar información y conocimiento, al tiempo de mantener la concentración en el tema de nuestro interés para analizar datos, tomar decisiones y ejecutarlas de una manera efectiva. Todos estos puntos centrales en el crecimiento y desarrollo de nuestros hijos son objeto de estudio de la neuropsiquiatría y grandes pilares de formación de algo más grande que es nuestra salud mental y emocional.

(Foto: Pexels)

En la etapa escolar no es raro que recibamos reportes sobre alteraciones en la conducta y el comportamiento, sobre logros académicos, así como en torno del aprendizaje y la convivencia en general en el segundo ambiente más relevante en la experiencia de los educandos, como lo es la escuela y los amiguitos del colegio. 

Pero existen otras señales como: no seguir las instrucciones de los maestros, no poderse quedar quieto lo suficiente para permitir el flujo de una clase, ser incapaz de enfocarse en el conocimiento expuesto inhibiendo el resto de los estímulos que tienen alrededor en un salón, no socializar en una forma efectiva permitiendo la conformación de redes de apoyo en sus pares que podrían evidenciar algo más. Así como cuando no se permite turnos,  no entiendo que no siempre se puede hacer lo que yo quiero, que debo de adaptarme a los juegos y convivencias con todos mis compañeros, no perder la paciencia, irritarme sólo lo proporcional a mis frustraciones y evitar ser agresivo verbal y físicamente; que son algunos patrones de comportamiento que son esperados en este momento de la vida.

Con mucho la primera causa de sospecha diagnóstica de referencia a los consultorios donde se atienden a estos niños y adolescentes es la queja de ser probable portador de un trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Imagínense, en el mismo enunciado englobamos casi todos los ejemplos que acabo de citar en el párrafo anterior, es por esto que en la mente de los educadores esta patología les ha representado un gran interés. 

(Foto: Pexels)

Debemos remarcar que ahora sabemos que este desorden no siempre debe de contar con alteraciones en todos los rubros ya citados, existen preponderancias de perfil inatento, de perfil de ejecuciones ineficaces, con impulsividad o con hiperactividad marcadas; además de las combinaciones de estos cuatro. 

La incidencia es de entre un 4 al 6% de la población general y en efecto, por todas las áreas afectadas, causa un detrimento importante en la calidad de vida de los niños. Pero hay que citar a los múltiples diagnósticos diferenciales que también se encuentran en estas edades: los trastornos del neurodesarrollo (cuando diversos factores afectan la madurez normal que se va logrando en el sistema nervioso central), la diversidad del espectro autista (donde principalmente se alteran las capacidades de entender, empatizar y comunicar las emociones del entorno), enfermedades médicas con afectación neuropsiquiátrica, como infecciones que pueden alterar el comportamiento y el movimiento; y otras como el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión y los desórdenes de ansiedad, donde el 50% del total comienzan antes de los 15 años de edad. 

La conclusión es contundente, limitemos el estigma, si encontramos alguno de los síntomas que ya comentamos en esta columna y afectan la funcionalidad del niño y adolescente, no tiene nada de malo solicitar una valoración por un experto en la salud mental.